Thursday, September 22, 2011

Leer la mente

Entre los últimos libros que he leído ha llamado poderosamente mi atenciónel más reciente trabajo de Jorge Volpi: Leer la mente, El cerebro y el arte de la ficción.

El argumento central del libro es que la ficción es mucho más que un artificio con fines lúdicos, sino que se trata, primero, de una característica distintiva del Homo Sapiens (Volpi dice que es más apropiado llamarlo Homo Ficticius), pero además, que la ficción ha sido una herramienta en el proceso evolutivo de la especie, que ha contribuido incluso para generar mecanismos de supervivencia, y, por último, que la ficción nos permite ser más, o mejor dicho en palabras del autor, auténticamente humanos.

Volpi define a la ficción como “un juego evolutivo con patrones socialmente relevantes”, y por relevantes quiere decir para la supervivencia de la especie.

Gracias a la ficción es posible desarrollar conductas empáticas, es decir, ponernos en el lugar del otro, y al hacer esto no sólo tratamos de conocer a los demás, sino que incrementamos el conocimiento sobre nosotros mismos.

Volpi lleva al lector de la mano desde las conexiones neuronales que se producen en el cerebro, expone cómo habría surgido la ficción en los primeros individuos de la especie y el rol que ésa ha jugado en la supervivencia y el proceso evolutivo del homo sapiens. Concluye su trabajo haciendo énfasis sobre la importancia que tiene la ficción para el ser humano contemporáneo, destacando de manera particular la ficción literaria.

El libro es altamente recomendable, no solamente está bien escrito, sino que las ideas son novedosas y provocativas, y a la postre, podría permitir al lector hacer un uso más inteligente de la ficción y, por qué no, detonar su capacidad creativa.

Transcribo a continuación algunas de las líneas que me resultaron más relevantes:

“… En su calidad de herramienta evolutiva, el arte no puede sino perseguir una meta más ambiciosa […]: ayudarnos a sobrevivir y, más aún, hacernos auténticamente humanos”.

“… el arte de la ficción, nos ayuda a adivinar los comportamientos de los otros y a conocernos a nosotros mismos…”.

“El arte no sólo es una prueba de nuestra humanidad: somos humanos gracias al arte”.

“… todo el tiempo, a todas horas, no sólo percibimos nuestro entorno, sino que lo recreamos, lo manipulamos y lo reordenamos en el oscuro interior de nuestros cerebros –no sólo somos testigos, sino artífices de la realidad”.

“Yo no soy sino una ficción de mi cerebro. O, expresado de manera más precisa, mi yo es una fantasía de mi cerebro”.

“Si la ficción se parece a la vida cotidiana es porque la vida cotidiana también es –ya lo suponíamos- una ficción. Una ficción sui generis, matizada por una ficción secundaria –la idea de que la Realidad es real-, pero una ficción al fin y al cabo”.

“No leemos una novela o asistimos a una sala de cine o una función de teatro o nos abismamos en un videojuego sólo para entretenernos, aunque nos entretenga, ni sólo para divertirnos, aunque nos divertamos, sino para probarnos en otros ambientes y en especial para ser, vicaria pero efectivamente, al menos durante algunos horas o algunos minutos, otros”.

“Vivir otras vidas no es sólo un juego –aunque sea primordialmente un juego-, sino una conducta provista con sólidas ganancias evolutivas, capaz de transportar, de una mente a otra, ideas que acentúan la interacción social. La empatía. La solidaridad”.

“Cuando no descansa en un dogma, la ficción nos permite, por el contrario, ensanchar nuestra idea de lo humano. Con ella no sólo conocemos otras voces y otras experiencias, sino que las sentimos tan vivas como si nos pertenecieran”.

“… leer cuentos y novelas no nos hace por fuerza mejores personas, pero estoy convencido de que quien no lee cuentos y novelas –y quien no persigue las distintas variedades de la ficción- tiene menos posibilidades de comprender el mundo, de comprender a los demás y de comprenderse a sí mismo. Leer ficciones complejas, habitadas por personajes profundos y contradictorios, como tú y como yo, como cada uno de nosotros, impregnadas de emoción y desconcierto, imprevisibles y desafiantes, se convierte en una de la mejores formas de aprender a ser humano”.

“La literatura no sirve para entretenernos ni para embelesarnos. La literatura nos hace humanos”.

“La ficción se inaugura, pues no cuando el primer humano miente, sino cuando los demás reconocen su mentira y prefieren ignorarla”.

“Las ficciones no son falsedades comunes y corrientes, ni siquiera engaños asumidos a conciencia: son simulacros de la realidad, que es otra cosa”.

Tuesday, September 20, 2011

Evolución

Una de las características definitorias de la vida es la evolución. No sé si sea preciso afirmar que no evolucionar es dejar de vivir, pero, en más de algún sentido, sí es dejar de existir, que no es lo mismo.

Hay algo peor: involucionar. ¿Si no evolucionar es eventualmente dejar de existir, en qué se puede traducir la involución? No creo que exista una consecuencia lógica o natural, precisamente porque se trata de algo completamente contra natura, es una regresión que va en sentido contrario de la vida misma. La consecuencia no es necesariamente la muerte, puede ser algo peor, por ejemplo, vivir una “versión pirata” de un episodio que ya viviste.

Con toda la evidencia empírica que existe sobre los procesos evolutivos de los seres vivos, de los sistemas políticos-sociales, de la cultura, entre otros muchos ejemplos, ¿cómo es posible que yo concibiera que involucionar era el camino adecuado? ¿En qué estaba pensando cuando decidí que retrocediendo se podía avanzar?

El precio de ir contra la vida, de tratar de involucionar, ha sido muy alto. Sin embargo, la naturaleza misma de la vida hace que la lección, por dura que sea, esté encaminada en el sentido correcto, es decir, hacia la evolución.

En este sentido, la vida se ha encargado de sacar de mi vieja obstinación por involucionar (de manera inconsciente debo decir en mi defensa) un proceso evolutivo lento y doloroso. Retrocedí varios pasos y he tenido que recuperar cada uno de ellos a un costo muy elevado, y aún así no podré recuperar todos.

Aprender es un requisito del proceso evolutivo. Así, por contradictorio que parezca, de la involución he evolucionado un poco. Otro requisito, que es complementario del anterior, es la capacidad de reconocer y aceptar los errores, y hoy, demasiado tarde, lo acepto y lo reconozco. Tenías razón…

Monday, September 19, 2011

El Grito

La investidura presidencial le da mayor solemnidad al acto. Además, el Zócalo por sí mismo, con la bandera monumental ondeando al centro, es imponente.

Grité con mucha fuerza los “vivas”, quizás como nunca antes, con un sentimiento mezclado entre la celebración de la Independencia, pero también como si en cada “viva” le expresara al país una instrucción o un deseo de vivir.

No obstante que la lluvia mojó un poco los ánimos de la gente que asistió al Zócalo, la ceremonia no perdió solemnidad. Cuando el Presidente salió al balcón del Palacio Nacional para comenzar la arenga, no faltó quien le gritara algunos insultos, sin embargo, el ánimo de la gente era de celebración y cualquier otra intención se vio opacada por el deseo de los mexicanos de acompañar a su Presidente con los “vivas” tradicionales y la entonación el Himno Nacional.

Esta ceremonia es un rito muy particular, en el que se establece un vínculo muy estrecho entre el Presidente de México y los mexicanos, posiblemente en ningún otro acto presidencial suceda. Esto es, hasta cierto punto, natural si se piensa que difícilmente puede haber un motivo que invoque más a la unidad que la celebración de la independencia de un país.

Sin embargo, no me pareció un acto republicano, en el que el Primer Mandatario se reúne con los ciudadanos para recordar y celebrar una fecha tan importante para el país. Me queda la impresión de que se trata más bien de un acto en el que el soberano baja de su posición de privilegio por unos momentos para dar muestra a sus súbditos del poder que encarna.

No es crítica, considero que es una necesidad real de cualquier sociedad, en unas mayor que en otras, palpar el misticismo que existe en torno al poder. Esta ceremonia satisface esa necesidad.

Sunday, September 18, 2011

Felicidad ficticia

Netflix llegó a México.

Tuesday, September 13, 2011

El deseo

Es una especie de maldición: el deseo, por definición, se extingue una vez que se alcanza el objeto deseado.

¿Qué es más valioso, el deseo o el objeto del deseo? La respuesta no es tan sencilla como pareciera en un principio.

El deseo se extingue con la consecución del objetivo, pero hay un breve instante en el que esta pérdida es imperceptible por el sabor de la victoria, por la satisfacción por haber obtenido aquello.

¿Llena realmente el objeto del deseo el espacio que ocupaba el deseo?

En gran medida nos movemos a partir de nuestros deseos, son la motivación. Sin embargo, no deja de ser paradójico que trabajemos en pos de un deseo que habremos de perder si somos exitosos en nuestra búsqueda.

¿Es posible que el deseo desaparezca sin haber alcanzado el objetivo? ¿Se puede simplemente dejar de desear?

No me preocupa perder el deseo, me preocupa dejar de desear. No es lo mismo.

Sunday, September 11, 2011

9/11

Hoy, al cumplirse el décimo aniversario, se ha dicho todo acerca del ataque terrorista del 11 de septiembre en Nueva York y Washington.

No hay mucho más que agregar, que si fue el día con el que dio inicio el Siglo XXI, que fue el día que el mundo cambió y muchos etcéteras.

Por lo demás, ha sido el día de los testimonios, dónde estabas y en qué pensaste cuando te enteraste de los ataques. A continuación va el mío:

Estaba en casa de mis padres, hacía unos cuantos días que había regresado a México después de haber pasado una temporada en Chicago. Desperté y encendí el televisor. Jorge Berry, de Primero Noticias, mostraba imágenes del World Trade Center en Nueva York, y decía que, al parecer, un avión se había estrellado por accidente contra una de las Torres Gemelas.

Estaba impactado por la imagen dantesca de la Torre Norte incendiada en su parte superior. Lo que vino minutos después me dejó sin palabras y hoy, después de 10 años, sigo sin poder describir la sensación que tuve al ver, en transmisión en vivo, al segundo avión impactarse contra la Torre Sur. No había espacio para dudas, no podía ser un accidente, Estados Unidos estaba siendo atacado.

Los noticieros reportaban de forma atropellada la información que recibían. Después de las Torres vino el Pentágono y después el avión que no alcanzó su blanco y se estrelló en el estado de Pensilvania.

No daba crédito a lo que veía y escuchaba. El país más poderoso del mundo estaba siendo atacado por terroristas. Las medidas precautorias que se tomaron en ese momento también me impactaron notablemente: se suspendió el tráfico aéreo en Estados Unidos y cerraron sus fronteras con México y Canadá, entre otras acciones que paralizaron al país.

En ese entonces no había iniciado aún mi carrera universitaria y, no obstante que mi interés en historia y política internacional me acompañan desde que tengo memoria, mi percepción de lo que estaba ocurriendo era limitada, particularmente en lo que se refiere a las repercusiones que tendría este acontecimiento. Sin embargo, tuve la certeza de que se había cruzado un punto de no retorno y que el mundo no volvería a ser el mismo.

Recuerdo que ese día y los que le siguieron al ataque, estuve aturdido, sentía como si mi cabeza estuviese encerrada en una cápsula llena de agua. No sé por qué. Familiares y amigos me preguntaban si estaba bien, si me pasaba algo, y yo trataba de explicarles el impacto que ese acontecimiento había tenido en mí. Más de alguno me dijo que no era para tanto y que, en todo caso, “ellos se lo habían buscado”, refiriéndose a los estadounidenses.

En el 2001 no imaginaba siquiera que 7 años más tarde viviría en Nueva York. Llegué al Aeropuerto Internacional John F. Kennedy el miércoles 16 de enero de 2008 a las 6:00 de la mañana. Ese fin de semana, 19 de enero, fui a buscar la denominada Zona Cero, el lugar donde se alzaban las Torres Gemelas.

Recuerdo la primera impresión que tuve al ver aquel terreno baldío con trascabos y grúas, con una cerca de 2 metros de altura que impedía la vista, y a su alrededor cientos de turistas curiosos y la vida agitada de los neoyorquinos que circundaban el cerco: era sin duda una anomalía en el Sur de Manhattan, un hueco en la masa de rascacielos que caracteriza esa zona. Sin embargo, debo confesar que en ese momento no me impactó tanto, tuve que subir a uno de los edificios aledaños para apreciar la magnitud de la Zona Cero, era una herida, sucia y supurante aún en el distrito financiero de Manhattan.

Cuando utilizó la palabra herida no lo hago en un sentido figurado, al contrario, es la mejor palabra que encuentro para describir lo que era la Zona Cero, una herida en el corazón de la ciudad, considerada por muchos, capital del mundo occidental.

El 11 de septiembre de 2008, caminando por Battery Park, me topé con dos estelas de luz que surgían de donde hacía 7 años se alzaban orgullosas las Torres Gemelas. En un primer momento no tenía presente la fecha y me resulto extrañó ver aquello. Luego de unos segundos, quizás minutos, de ver como aquellos fantasmas de luz se perdían en la obscuridad de la noche sentí el dolor de la ciudad que con aquel tributo callado recordaba a sus muertos y a sus torres.

Durante mi estancia en Nueva York regresé muchas veces a ese lugar para atestiguar el progreso de los trabajos de construcción de la nueva torre. En mi última visita, marzo de 2011, la nueva torre comenzaba a despuntar, desafiante, en la esquina Noroeste de la Zona Cero.

Hoy, al ver la imágenes por televisión de la ceremonia que se llevó a cabo en Nueva York me dio la impresión de que esa herida comenzaba a cicatrizar, no puedo hablar por el dolor de las personas que perdieron a algún ser querido ese día, pero sí de la herida abierta que tenía la ciudad.

Este testimonio, uno más de los miles que se han contado en los últimos días, no pretende otra cosa más que rendir un humilde tributo a las personas que murieron ese día en los ataques a las Torres Gemelas, el Pentágono y el avión que se estrelló en Pensilvania, y solidarizarme una vez más con esa ciudad a la que con el tiempo aprendí a admirar y apreciar profundamente: Nueva York.

Me habría gustado estar presente en la Zona Cero este día, acompañando a la orgullosa Nueva York.

Wednesday, September 7, 2011

(in)decisiones

Verdad de Perogrullo: Decidir no hacer nada también es una decisión. No obstante, en ocasiones no es tan aparente, pues el “no hacer” se asocia más con la indecisión o el miedo a actuar (éstas son las causas que explican la decisión y no describen la acción en sí misma) sin embargo, sin importar cuál sea la causa, “no hacer” es una decisión. En todo caso, lo que habría que evaluar es hasta dónde es una decisión consciente, pues el miedo puede provocar una “no acción” poco racionalizada.

Sucede igual con el actuar, algunas patologías como la obsesión pueden provocar acciones impulsivas, sin embargo, el sentido práctico, tangible, de “hacer algo” tiene una acepción más positiva sobre el “no hacer”.

Ambas decisiones, “hacer” o “no hacer” tienen costos. Generalmente, el “hacer” viene asociado de mayores riesgos o costos. Es un poco como las apuestas, se arriesga una cantidad esperando multiplicarla, sabiendo que se puede perder ese monto. “El que no arriesga no gana”, aunque en ocasiones la decisión de “no hacer” tiene costos superiores al de no ganar.

Es imposible determinar qué es mejor, si “hacer o “no hacer”, la pregunta en sí misma es ya superflua, pues para cada situación en la que se presente esta disyuntiva habrá una valoración diferente.

No obstante, prefiero el “hacer”. Pensando solamente en los costos me resulta más tolerable asumir las pérdidas y lamerme las heridas por haber tomado una decisión equivocada, a quedarme con la incertidumbre de no saber “qué hubiera pasado si lo hubiera hecho”.