Sunday, March 30, 2008

“Ayúdame Freud"

Vivimos tan ensimismados que, en gran parte, actuamos como autómatas, repetimos patrones de comportamiento, visitamos los mismos lugares, comemos y bebemos lo mismo, frecuentamos a las mismas personas, etc., lo cual no considero necesariamente negativo siempre y cuando sea una decisión consciente y que la repetición de estas acciones sea producto de elecciones razonadas, orientadas en todo caso por gustos y preferencias, y que no sea porque somos como hamsters encerrados en una jaula.

Es por lo anterior que he encontrado interesante el ejercicio de observarme y analizarme desde fuera, precisamente como ratón de laboratorio, para descubrir o identificar aquellos patrones de comportamiento que realizo de manera automática. De manera semiinconsciente tenemos noción de nuestras preferencias o gustos, aunque en ocasiones nos limitemos a copiar a los demás, sin embargo, cuando esto es visto desde fuera algunos resultados son sorprendentes.

Ayer, por ejemplo, me di cuenta claramente del perfil de mujer que he buscado en todos estos años y se me erizaron los cabellos, no porque sea malo, emitir un juicio de valor es a todas luces subjetivo, sino porque entendí que no es “el destino” quien ha procurado los encuentros, he sido yo quien los ha buscado de manera semiinconsciente.

“Ayúdame Freud"

Sunday, March 23, 2008

23 de marzo de 1994, Lomas Taurinas, Tijuana, México

¿Qué puedo escribir que no se haya dicho ya del asesinato de Luis Donaldo Colosio? A catorce años de su muerte apenas si merece una nota en las páginas interiores de los periódicos. No obstante que fue un evento traumático en la historia moderna del país, no quiero referirme a sus repercusiones ni aventurar hipótesis sobre los presuntos culpables, sólo quiero dejar testimonio de lo que recuerdo de esa época.

Tenía 14 años, estaba cursando tercero de secundaria y desde entonces prefería ver un noticiero o escuchar la radio a ver cualquier otro tipo de programas más propios de la edad. El 11 de noviembre de 1993 interrumpieron la programación de los canales de Televisa para dar a conocer que Luis Donaldo Colosio había sido elegido como el candidato que contendería por la presidencia de la República en las elecciones del próximo año. Recuerdo claramente la narración de Jacobo Zabludosvky y las imágenes que se transmitieron esa tarde. Fidel Velásquez, el sempiterno líder de la CTM acompañaba sonriente al flamante candidato, quien también sonreía, sin embargo, al momento de la toma de protesta, Colosio adoptó una posición solemne y con convicción, casi gritando, dijo “sí, protesto”.

¿Cómo olvidar 1994?, el año nuevo lo recibimos con la noticia de que había un levantamiento armado en Chiapas que más allá de sus alcances políticos y sociales eclipsó la candidatura de Colosio y la elección presidencial en su conjunto.
El 6 de marzo de ese año, Luis Donaldo Colosio pronunció un discurso en el acto conmemorativo del 65º aniversario del PRI, fue el discurso del rompimiento, dicen algunos, con el viejo régimen priista, particularmente con el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, fue aquel discurso a favor de la democracia y legalidad, en contra del autoritarismo y la concentración del poder, de la reforma del partido y la participación de éste en un nuevo contexto democrático, fue un discurso que a la distancia y en el marco del magnicidio cobra un gran valor, cuando menos en términos de oratoria, pero también como la construcción de un escenario idílico en el que se comprometía, comprometiendo al mismo tiempo a su partido, a actuar responsablemente para liderar las reformas que el país necesitaba.

Fue ese discurso de “no queremos ni concesiones al margen de los votos ni votos al margen de la ley”, fue ese de “veo un México de campesinos, de jóvenes, de mujeres, de indígenas”, fue aquel discurso de “veo un México con hambre y sed de justicia”, fue uno de esos discursos.

Lomas Taurinas, Tijuana, Baja California, 23 de marzo de 1994, las 17:00 hrs. (tiempo del Pacífico), después de bajar del templete en el que dirigió un discurso en un mitin con organizaciones populares, Luis Donaldo Colosio, candidato a la presidencia de la República por el Partido Revolucionario Institucional recibe dos impactos de bala, uno en la cabeza y el otro en el abdomen. Jacobo Zabludosvky nuevamente daba la noticia a un país que se quedó petrificado con el atentado. Todos los canales repiten una y otra vez las grotescas escenas en las que Colosio recibe los impactos de bala, la canción “la culebra”, interpretada por Banda Machos sonaba una y otra vez, particularmente aquella frase de “huye José, huye José…”, bang, gritos, confusión, y otra vez las mismas escenas hipnotizantes hasta que fueron alternadas con la imagen de un ensangrentado Mario Aburto detenido por quienes estaban a cargo de la seguridad del candidato.

A las 20:05, desde el Hospital General de Tijuana, Luis Donaldo Colosio Murriera fue declarado clínicamente muerto.

El funeral, Salinas haciendo una guardia de honor frente al ataúd de Colosio y después dando el pésame a Diana Laura Riojas, las entrevistas, las declaraciones, aquellas investigaciones periodísticas de Ricardo Rocha, las versiones, los complots, los procuradores especiales, la muerte de Diana Laura una año después, la tragedia familiar, dos niños huérfanos, un padre en busca de justicia, un país al borde del caos, ese es, en gran medida, el recuerdo que tengo de 1994.

En agosto de 2002 visité Lomas Taurinas, encontré una colonia popular significativamente más poblada que la de las imágenes del 23 de marzo de 1994, y en el lugar del asesinato una plaza semiabandonada que lleva el nombre de Luis Donaldo Colosio, con una pequeña biblioteca pública y una estatua sucia del candidato ahí asesinado.

Thursday, March 20, 2008

Intensidad y percepción

Hace algunos días fui al aeropuerto a recibir a una persona y mientras esperaba me puse a observar a una pareja de jóvenes que se estaban despidiendo, ninguno de los dos tendría mas de 20 años. Estaban abrazados llorando, y de vez en vez se separaban para mirarse, tratando de congelar la imagen para llevársela consigo, pero no hablaban, ya lo habrían dicho todo en otras tantas despedidas, pero en esta, la definitiva, ya no había nada más que decir. Era él quien se iba, en su rostro se reflejaba un rictus de dolor, tal vez sintiéndose culpable por abandonarla, y ella, aunque triste, mostraba una serena resignación.

No tengo idea de a dónde iba ni cuanto tiempo duraría la separación, pero a ellos en ese momento se les estaba abriendo la tierra a sus pies. Sin duda habrá toda una historia detrás, quizás tomó un curso para estudiar francés durante 3 meses en Paris, se incorporó a una universidad que se ubica al otro lado del país, los padres decidieron separarlos porque no era la chica “adecuada” para él, poniéndonos telenovelescos o, de plano dramáticos, se enlistó en el ejército y fue llamado para reforzar a las tropas en Irak. No lo sé, podría ser desde la mas absurda e insignificante hasta la más seria y conmovedora de las historias, pero sea cual fuere, difícilmente puedo describir el sufrimiento por el que en esos momentos estaban atravesando, sobre todo él, inconsolable, se veía abatido, devastado.

Hizo fila para pasar el arco detector de metales por 10 minutos aproximadamente y no dejo de mirarla un solo segundo, la chica permaneció al pie del barandal hasta que él se perdió entre un río de gente y se retiró cabizbaja con las manos en el abrigo.

En un inicio me pareció mas que cursi la escena y el sufrimiento fuera de toda proporción, pero después recordé cuántas veces he atravesado por una situación parecida, no precisamente la separación física, me refiero al sentimiento que se produce cuando, en el enamoramiento, hay una pérdida. Hoy que lo pienso fríamente me doy cuenta que las razones que nos llevan a sufrir podrán ser o no justificadas, pero ¿quién puede decidir si lo son?, es más que ¿qué importa si lo son? en esos momentos no hay situación más grave pues, literalmente, sientes que se te viene el mundo encima, aunque otros lo consideren cursi o exagerado.

Desde esa posición no sólo compadezco a este tipo, también lo entiendo, conozco ese dolor, tan intenso que se puede sentir físicamente, en palabras de Sabines es “un dolor sin sitio” que te impide hasta la misma respiración. Estoy convencido que detrás de ese sufrimiento se encuentra un profundo temor de perder al ser querido alimentado por nuestras propias inseguridades, en este sentido, es probable que parte del sufrimiento de este joven se debiera a su miedo de perderla para siempre, y cómo no comprenderlo si el amor es tan efímero e impredecible que la relación más trivial sobrevive largas separaciones y las consideradas más serias y sólidas basta con un fin de semana para que se desmoronen. Al final de cuentas puede ser cuestión de suerte y más vale dejárselo al tiempo, pero ¿cómo hacérselo entender? Yo tampoco lo he entendido en su momento y más que entendido, aceptado.

Otros aspecto que descubrí al observar a esta pareja fue la correlación que existe entre el nivel de intensidad que se experimenta en una relación con la edad. En esos primeros años de enamoramiento no hay mañana, se vive o se muere por el otro, el mundo se ilumina o se acaba con una frase, un gesto, una sonrisa, una mirada. Con esto no quiero decir que a mayor edad las relaciones no sean intensas o apasionadas, pero sin duda son más mesuradas, incluso calculadas.

Pareciera también que con el tiempo se reduce la capacidad de enamorarse, o por lo menos se reduce el número de intentos. En la adolescencia basta con compartir el gusto por la banda de moda, participar juntos en el taller de teatro, es más, no se necesita una razón en especial, tranquilamente uno se puede enamorar tres veces al año. Pero después de esos intensos años de enamoramiento no basta con que la chica sea atractiva, debe reunir una serie de requisitos para que puede ser considerada como candidata (presumo que sucede igual para las mujeres), incluso he sabido de casos que consideran hasta la zona de la ciudad donde vive, pues si queda del otro lado, prefieren no involucrarse con tal de no desplazarse largos trayectos para ir a visitarla.

Habrá quien argumente, y no con poca razón, que se trata de relaciones diferentes, pues las primeras son consideradas un juego en relación con el compromiso que conlleva la de una pareja adulta, sin embargo, el punto no es si la relación es seria o no, sino la percepción que se tiene de ella. ¿O será que la intensidad es fruto de la percepción solamente?

En fin, no sé si quisiera estar en los zapatos de este joven que se despidió de su chica, pero me pregunto si valdrá la pena cambiar esa intensidad por una relación más estable y mesurada, madura dirían algunos; como romántico incurable quisiera pensar que no son características mutuamente excluyentes.