¿Qué puedo escribir que no se haya dicho ya del asesinato de Luis Donaldo Colosio? A catorce años de su muerte apenas si merece una nota en las páginas interiores de los periódicos. No obstante que fue un evento traumático en la historia moderna del país, no quiero referirme a sus repercusiones ni aventurar hipótesis sobre los presuntos culpables, sólo quiero dejar testimonio de lo que recuerdo de esa época.
Tenía 14 años, estaba cursando tercero de secundaria y desde entonces prefería ver un noticiero o escuchar la radio a ver cualquier otro tipo de programas más propios de la edad. El 11 de noviembre de 1993 interrumpieron la programación de los canales de Televisa para dar a conocer que Luis Donaldo Colosio había sido elegido como el candidato que contendería por la presidencia de la República en las elecciones del próximo año. Recuerdo claramente la narración de Jacobo Zabludosvky y las imágenes que se transmitieron esa tarde. Fidel Velásquez, el sempiterno líder de la CTM acompañaba sonriente al flamante candidato, quien también sonreía, sin embargo, al momento de la toma de protesta, Colosio adoptó una posición solemne y con convicción, casi gritando, dijo “sí, protesto”.
¿Cómo olvidar 1994?, el año nuevo lo recibimos con la noticia de que había un levantamiento armado en Chiapas que más allá de sus alcances políticos y sociales eclipsó la candidatura de Colosio y la elección presidencial en su conjunto.
El 6 de marzo de ese año, Luis Donaldo Colosio pronunció un discurso en el acto conmemorativo del 65º aniversario del PRI, fue el discurso del rompimiento, dicen algunos, con el viejo régimen priista, particularmente con el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, fue aquel discurso a favor de la democracia y legalidad, en contra del autoritarismo y la concentración del poder, de la reforma del partido y la participación de éste en un nuevo contexto democrático, fue un discurso que a la distancia y en el marco del magnicidio cobra un gran valor, cuando menos en términos de oratoria, pero también como la construcción de un escenario idílico en el que se comprometía, comprometiendo al mismo tiempo a su partido, a actuar responsablemente para liderar las reformas que el país necesitaba.
Fue ese discurso de “no queremos ni concesiones al margen de los votos ni votos al margen de la ley”, fue ese de “veo un México de campesinos, de jóvenes, de mujeres, de indígenas”, fue aquel discurso de “veo un México con hambre y sed de justicia”, fue uno de esos discursos.
Lomas Taurinas, Tijuana, Baja California, 23 de marzo de 1994, las 17:00 hrs. (tiempo del Pacífico), después de bajar del templete en el que dirigió un discurso en un mitin con organizaciones populares, Luis Donaldo Colosio, candidato a la presidencia de la República por el Partido Revolucionario Institucional recibe dos impactos de bala, uno en la cabeza y el otro en el abdomen. Jacobo Zabludosvky nuevamente daba la noticia a un país que se quedó petrificado con el atentado. Todos los canales repiten una y otra vez las grotescas escenas en las que Colosio recibe los impactos de bala, la canción “la culebra”, interpretada por Banda Machos sonaba una y otra vez, particularmente aquella frase de “huye José, huye José…”, bang, gritos, confusión, y otra vez las mismas escenas hipnotizantes hasta que fueron alternadas con la imagen de un ensangrentado Mario Aburto detenido por quienes estaban a cargo de la seguridad del candidato.
A las 20:05, desde el Hospital General de Tijuana, Luis Donaldo Colosio Murriera fue declarado clínicamente muerto.
El funeral, Salinas haciendo una guardia de honor frente al ataúd de Colosio y después dando el pésame a Diana Laura Riojas, las entrevistas, las declaraciones, aquellas investigaciones periodísticas de Ricardo Rocha, las versiones, los complots, los procuradores especiales, la muerte de Diana Laura una año después, la tragedia familiar, dos niños huérfanos, un padre en busca de justicia, un país al borde del caos, ese es, en gran medida, el recuerdo que tengo de 1994.
En agosto de 2002 visité Lomas Taurinas, encontré una colonia popular significativamente más poblada que la de las imágenes del 23 de marzo de 1994, y en el lugar del asesinato una plaza semiabandonada que lleva el nombre de Luis Donaldo Colosio, con una pequeña biblioteca pública y una estatua sucia del candidato ahí asesinado.