Hace algunos días fui al aeropuerto a recibir a una persona y mientras esperaba me puse a observar a una pareja de jóvenes que se estaban despidiendo, ninguno de los dos tendría mas de 20 años. Estaban abrazados llorando, y de vez en vez se separaban para mirarse, tratando de congelar la imagen para llevársela consigo, pero no hablaban, ya lo habrían dicho todo en otras tantas despedidas, pero en esta, la definitiva, ya no había nada más que decir. Era él quien se iba, en su rostro se reflejaba un rictus de dolor, tal vez sintiéndose culpable por abandonarla, y ella, aunque triste, mostraba una serena resignación.
No tengo idea de a dónde iba ni cuanto tiempo duraría la separación, pero a ellos en ese momento se les estaba abriendo la tierra a sus pies. Sin duda habrá toda una historia detrás, quizás tomó un curso para estudiar francés durante 3 meses en Paris, se incorporó a una universidad que se ubica al otro lado del país, los padres decidieron separarlos porque no era la chica “adecuada” para él, poniéndonos telenovelescos o, de plano dramáticos, se enlistó en el ejército y fue llamado para reforzar a las tropas en Irak. No lo sé, podría ser desde la mas absurda e insignificante hasta la más seria y conmovedora de las historias, pero sea cual fuere, difícilmente puedo describir el sufrimiento por el que en esos momentos estaban atravesando, sobre todo él, inconsolable, se veía abatido, devastado.
Hizo fila para pasar el arco detector de metales por 10 minutos aproximadamente y no dejo de mirarla un solo segundo, la chica permaneció al pie del barandal hasta que él se perdió entre un río de gente y se retiró cabizbaja con las manos en el abrigo.
En un inicio me pareció mas que cursi la escena y el sufrimiento fuera de toda proporción, pero después recordé cuántas veces he atravesado por una situación parecida, no precisamente la separación física, me refiero al sentimiento que se produce cuando, en el enamoramiento, hay una pérdida. Hoy que lo pienso fríamente me doy cuenta que las razones que nos llevan a sufrir podrán ser o no justificadas, pero ¿quién puede decidir si lo son?, es más que ¿qué importa si lo son? en esos momentos no hay situación más grave pues, literalmente, sientes que se te viene el mundo encima, aunque otros lo consideren cursi o exagerado.
Desde esa posición no sólo compadezco a este tipo, también lo entiendo, conozco ese dolor, tan intenso que se puede sentir físicamente, en palabras de Sabines es “un dolor sin sitio” que te impide hasta la misma respiración. Estoy convencido que detrás de ese sufrimiento se encuentra un profundo temor de perder al ser querido alimentado por nuestras propias inseguridades, en este sentido, es probable que parte del sufrimiento de este joven se debiera a su miedo de perderla para siempre, y cómo no comprenderlo si el amor es tan efímero e impredecible que la relación más trivial sobrevive largas separaciones y las consideradas más serias y sólidas basta con un fin de semana para que se desmoronen. Al final de cuentas puede ser cuestión de suerte y más vale dejárselo al tiempo, pero ¿cómo hacérselo entender? Yo tampoco lo he entendido en su momento y más que entendido, aceptado.
Otros aspecto que descubrí al observar a esta pareja fue la correlación que existe entre el nivel de intensidad que se experimenta en una relación con la edad. En esos primeros años de enamoramiento no hay mañana, se vive o se muere por el otro, el mundo se ilumina o se acaba con una frase, un gesto, una sonrisa, una mirada. Con esto no quiero decir que a mayor edad las relaciones no sean intensas o apasionadas, pero sin duda son más mesuradas, incluso calculadas.
Pareciera también que con el tiempo se reduce la capacidad de enamorarse, o por lo menos se reduce el número de intentos. En la adolescencia basta con compartir el gusto por la banda de moda, participar juntos en el taller de teatro, es más, no se necesita una razón en especial, tranquilamente uno se puede enamorar tres veces al año. Pero después de esos intensos años de enamoramiento no basta con que la chica sea atractiva, debe reunir una serie de requisitos para que puede ser considerada como candidata (presumo que sucede igual para las mujeres), incluso he sabido de casos que consideran hasta la zona de la ciudad donde vive, pues si queda del otro lado, prefieren no involucrarse con tal de no desplazarse largos trayectos para ir a visitarla.
Habrá quien argumente, y no con poca razón, que se trata de relaciones diferentes, pues las primeras son consideradas un juego en relación con el compromiso que conlleva la de una pareja adulta, sin embargo, el punto no es si la relación es seria o no, sino la percepción que se tiene de ella. ¿O será que la intensidad es fruto de la percepción solamente?
En fin, no sé si quisiera estar en los zapatos de este joven que se despidió de su chica, pero me pregunto si valdrá la pena cambiar esa intensidad por una relación más estable y mesurada, madura dirían algunos; como romántico incurable quisiera pensar que no son características mutuamente excluyentes.
No tengo idea de a dónde iba ni cuanto tiempo duraría la separación, pero a ellos en ese momento se les estaba abriendo la tierra a sus pies. Sin duda habrá toda una historia detrás, quizás tomó un curso para estudiar francés durante 3 meses en Paris, se incorporó a una universidad que se ubica al otro lado del país, los padres decidieron separarlos porque no era la chica “adecuada” para él, poniéndonos telenovelescos o, de plano dramáticos, se enlistó en el ejército y fue llamado para reforzar a las tropas en Irak. No lo sé, podría ser desde la mas absurda e insignificante hasta la más seria y conmovedora de las historias, pero sea cual fuere, difícilmente puedo describir el sufrimiento por el que en esos momentos estaban atravesando, sobre todo él, inconsolable, se veía abatido, devastado.
Hizo fila para pasar el arco detector de metales por 10 minutos aproximadamente y no dejo de mirarla un solo segundo, la chica permaneció al pie del barandal hasta que él se perdió entre un río de gente y se retiró cabizbaja con las manos en el abrigo.
En un inicio me pareció mas que cursi la escena y el sufrimiento fuera de toda proporción, pero después recordé cuántas veces he atravesado por una situación parecida, no precisamente la separación física, me refiero al sentimiento que se produce cuando, en el enamoramiento, hay una pérdida. Hoy que lo pienso fríamente me doy cuenta que las razones que nos llevan a sufrir podrán ser o no justificadas, pero ¿quién puede decidir si lo son?, es más que ¿qué importa si lo son? en esos momentos no hay situación más grave pues, literalmente, sientes que se te viene el mundo encima, aunque otros lo consideren cursi o exagerado.
Desde esa posición no sólo compadezco a este tipo, también lo entiendo, conozco ese dolor, tan intenso que se puede sentir físicamente, en palabras de Sabines es “un dolor sin sitio” que te impide hasta la misma respiración. Estoy convencido que detrás de ese sufrimiento se encuentra un profundo temor de perder al ser querido alimentado por nuestras propias inseguridades, en este sentido, es probable que parte del sufrimiento de este joven se debiera a su miedo de perderla para siempre, y cómo no comprenderlo si el amor es tan efímero e impredecible que la relación más trivial sobrevive largas separaciones y las consideradas más serias y sólidas basta con un fin de semana para que se desmoronen. Al final de cuentas puede ser cuestión de suerte y más vale dejárselo al tiempo, pero ¿cómo hacérselo entender? Yo tampoco lo he entendido en su momento y más que entendido, aceptado.
Otros aspecto que descubrí al observar a esta pareja fue la correlación que existe entre el nivel de intensidad que se experimenta en una relación con la edad. En esos primeros años de enamoramiento no hay mañana, se vive o se muere por el otro, el mundo se ilumina o se acaba con una frase, un gesto, una sonrisa, una mirada. Con esto no quiero decir que a mayor edad las relaciones no sean intensas o apasionadas, pero sin duda son más mesuradas, incluso calculadas.
Pareciera también que con el tiempo se reduce la capacidad de enamorarse, o por lo menos se reduce el número de intentos. En la adolescencia basta con compartir el gusto por la banda de moda, participar juntos en el taller de teatro, es más, no se necesita una razón en especial, tranquilamente uno se puede enamorar tres veces al año. Pero después de esos intensos años de enamoramiento no basta con que la chica sea atractiva, debe reunir una serie de requisitos para que puede ser considerada como candidata (presumo que sucede igual para las mujeres), incluso he sabido de casos que consideran hasta la zona de la ciudad donde vive, pues si queda del otro lado, prefieren no involucrarse con tal de no desplazarse largos trayectos para ir a visitarla.
Habrá quien argumente, y no con poca razón, que se trata de relaciones diferentes, pues las primeras son consideradas un juego en relación con el compromiso que conlleva la de una pareja adulta, sin embargo, el punto no es si la relación es seria o no, sino la percepción que se tiene de ella. ¿O será que la intensidad es fruto de la percepción solamente?
En fin, no sé si quisiera estar en los zapatos de este joven que se despidió de su chica, pero me pregunto si valdrá la pena cambiar esa intensidad por una relación más estable y mesurada, madura dirían algunos; como romántico incurable quisiera pensar que no son características mutuamente excluyentes.
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